Tras los acontecimientos del incendio y de la radio, poco más ha pasado por Laï. Aunque para muchos la vida aquí se convierte en una vida monótona y aburrida porque siempre es lo mismo a nosotros nos encanta.
Despertarnos y desayunar todos juntos hace las mañanas diferentes a lo que estamos acostumbrados. Nos despertamos a eso de las 7, las alarmas de los móviles empiezan a sonar mientras que en la calle los gallos nos dan los buenos días con su típico ¡kikirikiiiiiiii! Poco a poco nos vamos encontrando en la cocina, el primero pone la mesa y calienta el agua para preparar el café y el resto espera sin apenas mediar palabra, el francés aún no es nuestro fuerte y mucho menos por las mañanas. Tostadas (bueno mejor dicho pan duro porque aquí se come así, o muy blando o muy duro) cafés, galletas, mermelada…
Después salir de casa nos volvemos a dar cuenta de la realidad en la que vivimos, ver de nuevo esas casas de barro y cada uno haciendo sus labores. Las mujeres aireando el grano de arroz para separarlo de la cáscara o barriendo cuidadosamente, con un manojo de pajas, cada centímetro de sus parcelitas. Los animales de aquí para allá, luchando por conseguir algo que comer, o los cerditos devorando a sus madres. Los niños cantando y saltando por todos lados. Algunos lloran pero, al vernos pasar, sonríen y nos saludan, ningún día hemos conseguido llegar al trabajo sin detenernos a saludar algún niño.
Trabajar “duramente” por las mañanas, regresar a casa con el abrasador sol de mediodía y devorar la comida que Clementine nos ha preparado con mucho cariño. Aquí devoramos, comemos bien pero sobretodo limpiamos los platos, no dejamos ni un grano de arroz en el. Tras la sagrada siesta, un buen paseo por el rio mientras cae el sol y después un ratito de internet para poder poner al día las crónicas y las fotos que tanto os gustan. Posiblemente también unas cervezas y después de nuevo a casa a preparar la cena.
El viaje de Jean Nicolas a la capital nos permitió aprovisionarnos de varias cosas, especialmente patatas, aceite, cebollas y huevos lo que permitió hacer nuestra esperada tortilla de patatas. Los franceses expectantes esperaban este momento tanto o más que nosotros. Tras un día agotador, compramos unas cervecitas y corrimos a casa para prepararla. Todos colaboraban en algo, Jean Nicola ponía la mesa, Alice ponía las cervezas y algo para picar mientras que nosotros nos encargamos de que los ingredientes estuvieran en su punto, patatas, cebollas y 8 huevos bien batidos. El problema es que la sartén era demasiada grande como para volcar la tortilla sin problemas, y ahí empezó el miedo a que todo se fuese al garete. Manu miraba con expectación porque sabía que era imposible darle la vuelta a esa enorme tortilla en un pequeño plato hondo que Alice me había proporcionado, pero finalmente con un poco de cariño y esperanza… ¡voilà! La tortilla nos salió como nunca (a Mariu), los franceses flipaban y nosotros aún más. Fotos, canciones españolas y muchas risas, fue una noche muy especial.
En Laï se dedican esencialmente a la fabricación de ladrillo, pequeño comercio y actividades agrícolas y ganaderas. El problema es que, al terminar la recolección, mucha gente se queda durante meses sin nada que hacer, a la espera de que llegue de nuevo la época de lluvias para volver a sembrar, especialmente arroz y otros cereales.
Como os dijimos, este fin de semana nos vamos a Kelo. Allí no tenemos conexión a internet, así que nuestros fieles seguidores tendrán que esperar pacientemente a que regresemos para poderos contar las novedades. Nos gustaría aprovechar este momento para daros las gracias a todos por vuestro seguimiento y apoyo, por vuestros mensajes, consejos y opiniones. Nos gustaría agradecéroslo personalmente a cada uno de vosotros, a los ADANEros (impulsores de esta aventura), padres y madres pantojos (no os preocupéis que estamos bien), hermanos, amigos de Manu, amigos de Mariu, amigos comunes, Jose el conserje (has dejado mucha huella), familiares de todo tipo, abuelo Guillermo, tíos, tías, amigos de las familias, amigos de amigos, amigos anónimos y ese largo etcétera, innumerable, que nos sigue desde tantos sitios distintos. Para nosotros es un gran consuelo saber que estáis ahí detrás, aunque sea virtualmente, y saber que, además del trabajo físico que realizamos aquí, podemos también difundirlo y dar a conocer la labor de tantas personas que dan su vida por otros y la situación dramática de Chad que fácilmente se puede extrapolar a tantos y tantos países de África y del Tercer Mundo, esa realidad paralela de la que tan a menudo nos olvidamos, embriagados por ese supuesto bienestar del que llamamos Mundo Desarrollado.
Nos vemos en unos días, con nuevas crónicas y fotos. Un abrazo muy fuerte.