Parece que lo del jefe de tierra está confirmado, las lluvias son cada vez más habituales. Los campos comienzan a estar más verdes y son trabajados con esfuerzo por la gente. Aquí prácticamente todo el mundo cultiva, aunque luego trabaje en otra cosa, para poder garantizarse al menos unos sacos de grano. Cualquier sitio vale, los bordes de las calles son labrados, cualquier trozo de tierra es bueno para plantar. Los animales que antes corrían sueltos de un lado a otro son atados a los árboles para evitar que se coman los brotes verdes.
Sin embargo la lluvia no llega a ser del todo constante, muchos cultivos se estropean. Mientras tanto el hambre sigue apretando, las reservas del año anterior se van acabando y los precios en el mercado se han disparado. Un “coro” (sistema de medida, que es como un cuenco) de arroz vale hoy el doble que hace unos meses. Se espera con ansias la próxima recolecta.
Hace unos días volvimos, por última vez, a Kelo para visitar una agrupación agrícola que pertenece a la cooperativa de St. Cyrile, la cooperativa de Carlos de la que ya hemos hablado. El grupo se llama “Kirbe go kura”, que en lelé (una de las etnias de Kelo)significa "una buena idea", y desde la Escola Guinardó SCCL de Barcelona se han realizado diversas campañas de recogidas de fondos, promovidas por nuestra amiga Mireia (ADANE). Durante el primer trimestre del curso, hicieron una campaña de conocimiento del Chad y de concienciación para conseguir que los niños, niñas, chicos y chicas renunciaran a algún regalo navideño o a algún capricho y aportaran el equivalente en dinero al proyecto. Durante el segundo trimestre confeccionaron unos pequeños sacos para perfumar cajones y armarios. Los alumnos de Ciclo Superior y ESO estuvieron cortando la tela y cosiendo; los de Ciclo Inicial y Ciclo Medio estamparon el nombre del proyecto y poniendo una etiqueta que decía (Un sac de mill per al Txad/ Un saco de mijo para Chad); los de Parvulario los rellenaron de lavanda. Los saquitos se empezaron a vender el 23 de abril, en la fiesta de Sant Jordi del colegio. La Asociación de padres y madres del colegio organizó un sorteo de diferentes productos de Unicef comprados por la Asociación y por una tienda del barrio. Durante el 3er trimestre se continuaron cosiendo y vendiendo. Han cosido los alumnos de Ciclo Superior, (en ratos de recreo o al mediodía), padres y madres, abuelas...En definitiva, todo un trabajo común que ha conseguido recaudar más de 4.000 €, vincularlos a un grupo de personas concreto y concienciar a toda la comunidad escolar de la realidad del Chad.
La respuesta de los chavales y sus familias ha sido increíble y, que menos, que grabar un video a quienes han ayudado y de lo que han podido comprar con sus aportaciones. En la entrada del local común de la agrupación se extendía un alfombra de mimbre, muy utilizada para hacer sobre ella la vida cotidiana, donde un grupo de mujeres descacarillaba con destreza los cacahuetes que luego plantarán. Es una variedad de cacahuete precoz, que da fruto a los dos meses, lo que permite realizar dos cultivos durante los cuatro meses de sesión de lluvias. Nos enseñaron el mijo, el arado, la carreta y los bueyes que han podido comprar gracias a las ayudas. Estaba el grupo al completo que había aceptado con placer nuestra propuesta, nos saludaban efusivamente dándonos constantemente las gracias, que recibimos en nombre de la Escola Guinardó , y posaban nerviosos delante de la cámara. Explicaban todo con emoción, haciéndonos ver la importancia de la oportunidad que se les había dado. En un rincón unas mujeres golpeaban con una fuerza increíble los granos de arroz dentro de esa especie de morteros gigantes, donde se hace la harina para luego hacer la famosa “bul”.
Nos llevaron a los terrenos donde habían comenzado a plantar mijo hace unas semanas. Fueron de los que se aventuraron a plantar en las primeras lluvias, esperando que fuese el comienzo definitivo de la sesión, pero como no lo fue habían perdido parte de la plantación. El primer intento no salió, pero las reservas de grano que han podido ir almacenando con las ayudas les permite intentarlo más veces y seguir retando a la naturaleza, que suele ser aún más crueles con los que menos tienen.
A la vuelta insistieron en que nos quedásemos a comer y, por cortesía, no lo pudimos rechazar. Nos prepararon una pequeña mesa dentro del local en el que guardan los sacos, el suelo repleto de cáscaras de cacahuete, y sacaron la “bul”, que antes habíamos visto preparar, con pollo y una salsa deliciosa. No sabemos si ya explicamos el procedimiento de las comidas. Lo habitual es que, como muestra de respeto, los extranjeros coman separados con algún anfitrión masculino. No sueles compartir mesa con el resto y ese día había mucha gente que no sabemos si llegaron a comer. Nos han invitado muchas veces en distintos sitios pero no deja de impresionarte como, aunque no haya nada, siempre se las arreglan para ofrecer algo al visitante.
El cielo ennegreció en cuestión de segundos y la lluvia comenzó a caer con fuerza. Creíamos que no podríamos volver ese mismo día a Laï debido a las barreras. Durante la sesión de lluvias se colocan, en la entrada y salida de cada pueblo, unas barreras vigiladas que te impiden el paso mientras llueva y hasta seis horas después. El motivo principal es evitar el deterioro de las carreteras que se convierten en verdaderos mares enfangados. El segundo motivo es hacerte pagar una pequeña “propina” para poder pasar, en caso de que te dejen. Volvimos, por última vez, a casa de Carlos y esperamos a Theophile, que conduce con una destreza increíble. Los viajes en está época son siempre una aventura, peor aún dentro de unos meses cuando esté todo inundado, a menudo finalizada en carro de bueyes o piragua. Nos habían dicho que las barreras impedían ya la salida de Kelo, por lo que tuvimos que tomar una ruta alternativa. Nos dirigimos de nuevo hacia los campos que antes habíamos visitado. El objetivo era esquivar la barrera y hacer unos pocos kilómetros en paralelo a la carretera oficial, para luego reincorporarnos a ella. Los inconvenientes fueron varios. El primero era el estado de los estrechos caminos, nos sumergíamos en el agua y barro salpicaba por completo al coche. El segundo que, a pesar de la experiencia y conocimiento de Theo, nos perdimos.
Preguntamos a unos pastores nómadas que nos cruzamos y, confiando en su buena orientación, les hicimos caso, pero nos indicaron una ruta equivocada. Seguimos durante más de una hora, atravesando aldeas remotas donde parábamos a preguntar si íbamos bien ante la mirada de sorpresa de la gente, quizá hacía mucho tiempo que no pasaba por allí un coche, menos aún con nassaras, si es que alguna vez ha pasado. Al cabo de un buen rato aparecimos en la carretera principal, el suspiro fue unánime, más de uno estaba ya pensando donde íbamos a dormir. Paramos el coche y lo limpiamos de barro para evitar levantar sospechas a nuestro paso por las próximas barreras. Al llegar a Bere estaban también cerradas, por lo que tuvimos que repetir la jugada, esta vez más simple y sin complicaciones. Finalmente llegamos sanos y salvos a casa.
Al cabo de unos días recibimos otra invitación. Dominique, el guardián que nos abre amablemente la puerta para entrar con la moto cuando llegamos al trabajo, llevaba semanas insistiendo en que fuésemos a comer a su casa. Compramos dos pollos, vivos, dos coros de arroz y le dijimos que el próximo domingo iríamos. El problema es que surgió un imprevisto, su mujer se había tenido que ir a un funeral a un pueblo bastante lejano y estaría unas semanas fuera. Si no había mujer no había invitación, más que nada porque nadie podía preparar la comida. Así que ahí nos vimos con el arroz y los dos pollos vivos sin saber muy bien qué hacer. Por suerte teníamos otra invitación pendiente, Clementine, nuestra cocinera. Ella, encantada, se llevó los pollos y nos citó al día siguiente.
Llegamos, a eso del mediodía, a una humilde parcela a varios kilómetros de nuestra casa. En el interior, una pequeña cabaña circular de barro, el suelo bien barrido y un cobertizo de paja. Allí vivía ella, viuda, con sus dos hijos y su nieta. En la casa, de unos tres metros de diámetro y una sola habitación, había una cama, un poco de ropa, un hornillo de carbón y la bicicleta con la que viene a trabajar todos los días. Bajo el cobertizo exterior se extendían unas alfombras donde suelen hacer la vida diaria, incluso dormir cuando no llueve. Nos acomodamos mientras terminaban de preparar la comida. Cuando salió vimos que solo Clementine se sentaba con nosotros, era de nuevo la táctica del extranjero. Insistimos en que queríamos comer con la familia, como si fuésemos uno más y llamó a su hija y a su nieta para compartir mesa. La chica trajo la habitual palangana con una tetera con agua para lavar las manos a los invitados en orden de preferencia, que suele ser primero a los hombres, después a las mujeres y luego los anfitriones. La cogimos e insistimos en que ellos fuesen primero, cogiendo nosotros la tetara y recibiendo una sonrisa de agradecimiento. Con el arroz hicieron, como no, una “bul” dentro de la típica calabaza acompañada de un cuenco con pollo con salsa de tomate. Arrancábamos con la mano un trozo de bul y lo sumergíamos en la salsa que al rato nos impregnaba casi todo el brazo. En un acto reflejo cometimos dos “faltas de educación”: coger también con la mano izquierda, reservada para otros menesteres posteriores a la digestión; y, ante la falta de algo con lo que limpiarse, lamer levente los dedos saboreando la deliciosa salsa. Menos mal que estábamos en familia. La comida se hizo muy amena y luego compartimos el té con unas vecinas que se acercaron con saco de cacahuetes. Siempre es una experiencia bonita comer en una casa chadiana.
A parte de aventuras, nuestro trabajo aquí está llegando a su recta final. Estamos terminando de perfilar el proyecto de microcréditos, estableciendo plazos, seleccionando a los agentes de crédito… Finalmente se ofrecerán tres distintos: uno destinado al pequeño comercio, del que se beneficiarán especialmente las mujeres; otro para agrupaciones agrícolas, con el que poder comprar material, grano para almacenar y vender en meses de escasez…; y el crédito escolar, para hacer incidencia en la población infantil e intentar aumentar al máximo los niveles de escolarización. Comenzarán en Octubre, por lo que no podremos ver los frutos de nuestro trabajo. Quizá en otra ocasión, en una remota vuelta por aquí, podamos hacerlo.
Es tiempo de despedidas, los desplazamientos, como habéis visto, son cada vez más difíciles y hay personas que sabemos que no volveremos a ver. Nuestro compañero Jean Nicolás también ha vuelto a Francia después de casi tres años aquí. Las últimas conversaciones estaban envueltas de sensaciones extrañas, la alegría de volver y la tristeza de que esto se termine. También costó la despedida de Carlos, que por fin va a dejar un comentario en el blog, Cristian y los amigos de Kelo. En fin, así es la vida, todo tiene un principio y un final.
lunes, 22 de junio de 2009
martes, 9 de junio de 2009
El hombre del pozo
Las lluvias se están retrasando. Tras unos primeros chaparrones, llevamos ya días con un calor intenso que nos recuerda al que pasamos en Marzo. Las consecuencias son diversas, las que sufrimos nosotros son lo de menos. El problema es más grave para el resto. Los que creyeron que a la primera lluvia le seguirían unas cuantas más arriesgaron parte del stock de grano que tenían guardado para comer y comenzaron a plantar. Es una estrategia arriesgada, pero si sale bien te puede asegurar unos buenos beneficios al ser de los primeros en recolectar, el problema es que no ha salido bien. Además las reservas de grano de las familias comienzan a escasear después de tantos meses secos y, si sigue sin llover, se retrasará la recolecta por lo que es previsible que el hambre aumente. Los mercados tienen cada vez menos productos y mucho más caros.
Hay quien dice con enfado que el jefe de tierra no está haciendo su trabajo, según algunos tiene capacidad de hacer llover. Es una de las figuras del poder tradicional y, entre otras cosas, es el encargado de repartir las tierras dentro de su cantón. El cantón podríamos decir que es como el municipio, que agrupa normalmente a personas de una misma etnia, con el jefe de cantón como máxima autoridad. Cuando quieres comprar un terreno tienes que llamar a los ancianos y el jefe de tierra comienza a andar, para, gira y sigue andando. El perímetro que delimita es la tierra que te han asignado. El caso es que él no ha cambiado aún el tejado de su casa, por eso, los más creyentes en estas cosas, dicen que no quiere hacer llover todavía. Otros muchos no creen demasiado en estos poderes y lo atribuyen a simples condiciones metereológicas. Es una sociedad en la que lo tradicional y lo moderno conviven a menudo, personas con mentalidad avanzada y otros agarrados a las creencias ancestrales.
Los colegios de la zona están en sus últimos días, muchos niños ya disfrutan de las vacaciones y los más mayores se preparan para los últimos exámenes del curso, incluida la prueba de acceso a la universidad. Como en los colegios de allí, los más pequeños del jardín de infancia habían preparado una actuación de fin de curso, que por supuesto no nos la podíamos perder. En el gran jardín de la escuela habían distribuido los asientos para los padres y algunos invitados. Los niños se vistieron con sus mejores galas para la ocasión, algunos nerviosos, otros asombrados y los más lanzados eran los que llevaban la iniciativa. Canciones diversas, en distintos idiomas, incluso en japonés, ya que la hermana que se encarga del colegio es japonesa, que cantaban como si entendieran perfectamente lo que decían, coreografías, demostraciones de todo lo que han aprendido este año, música con castañuelas y una obra de teatro con pelea entre niños incluida. La verdad es que nos reímos mucho y ellos demostraron, con su alegría, lo felices que son cuando van al colegio.
Muchos de los niños de Laï, y concretamente los de nuestro barrio, no van al colegio. Todos los días, a todas horas, están en la calle, sin hacer nada, tirados en el suelo, buscando algo que llevarse a la boca, trabajando o simplemente esperando a que les ocurra algo interesante. Cuando llegamos a casa del trabajo, empiezan a correr detrás de las motos siguiéndonos hasta la puerta, es el único momento en el que alguien les presta algo de atención, y aunque no nos entiendan, se ríen y juegan. Todas las mañanas, nos encontramos con niños que se quedan en la verja de la puerta del colegio mirando como los otros hacen sus actividades, algunos con sus hermanos pequeños cargados a las espaldas. Tienen sus propias responsabilidades, y son éstas las que les impiden tener una infancia, disfrutar de una educación.
Como la sesión de lluvias está al caer decidimos ir a Deressia el fin de semana, un pequeño pueblo a 40 km de Laï pero completamente aislado, con una carretera desastrosa que en época de lluvias está completamente inundada y que la única manera de moverse es en taxi rural, es decir, carro de bueyes. Esta vez fuimos en coche, ya que con los últimos incidentes con la moto de Alice no teníamos la suficiente confianza como para aventurarnos hasta allí, no hay cobertura de teléfono y muchas menos personas andando por el camino. Tuvimos que llevar a una mujer que recogimos en el centro de discapacitados Talita Kum (levántate y anda), que les acoge y gestiona los viajes de las operaciones. Llegó allí hacía unos meses, con un problema de movilidad en las piernas que le había hecho arrastrarse toda su vida por los suelos, “andando” con los brazos. Desde el centro la llevaron a Mondou para operarla y había vuelto andando, no sin dificultades propias del periodo de recuperación. La vida para los discapacitados es muy dura, muchos no tienen ni muletas para desplazarse, lo que terminan siendo marginados y desplazados de la sociedad e incluso rechazados por sus familias al no poder trabajar.
En el viaje vimos las dificultades a las que están acostumbrados los habitantes de Deressia, caminos llenos de baches, socavones, incluso había momentos en los que íbamos por el caudal seco de un río, que en unos días, estará lleno. Fueron dos horas de trayecto, las vistas eran increíbles, campos, árboles, pequeños asentamientos de bororós...un camino distinto, mucho más rural. Cuando llegamos ya era de noche, primero dejamos a la mujer en su casa, donde la esperaba la familia. Verla andar fue una sorpresa para todos y los vecinos miraban con cara de asombro.
Finalmente llegamos a la casa, y la bienvenida fue muy acogedora, nos habían preparado una cena estupenda y tras el largo camino no fue difícil dormir y descansar hasta la mañana siguiente que nos esperaba un tour turístico por la ciudad.
Por la mañana y a la luz del día pudimos ver como era el paisaje que rodeaba la casa. A pocos metros estaba el colegio de primaria, donde estaba Iris trabajando y dejando todo listo para los exámenes del Bac (la selectividad) que se iban a celebrar el lunes. Conocimos el colegio, las aulas, su funcionamiento, profesores... Después fuimos al centro del pueblo para conocer el mercado, aunque el sábado no hay muchos comerciantes ya que es el domingo el día de más afluencia, llenándose de gente por todas partes y de todo tipo. El mercado de Deressia es importante y vecinos de muchos pueblos andan kilómetros para vender allí sus productos. Aún así, nos pudimos hacer un idea de como estarían todos esos callejones vacíos, llenos de personas, animales, comida, olores, colores…Ya sabemos que os hablamos muy a menudo de los mercados pero es que es un aspecto muy importante en estas sociedades.
Iris nos quiso llevar a conocer las tierras de un viejo amigo agricultor que tenía la finca a las afueras de la ciudad. Era un hombre algo mayor, con las manos curtidas, que tenía un buen trozo de terreno donde había plantado todo tipo de cosas. Tenía semilleros por todos lados, donde esperaba que las semillas comenzasen a germinar mientras iba preparando la tierra. Lo que más nos sorprendió es que cultivaba diferentes cosas dependiendo de la estación, lo que le permitía tener cultivo todo lo año. Esto no suele ser frecuente, la gente suele plantar una o dos cosas, casi siempre arroz o mijo, y cuando se acaba la sesión esperan sin trabajo hasta la próxima temporada. Es una de las cosas que más te llaman la atención, la pasividad generalizada. Cuando hay trabajo, por ejemplo en el campo, trabajan hasta la saciedad pero luego pueden estar meses sin nada.
Este hombre sabía perfectamente lo que hacía, tenía todo planificado. Recibió hace unos años un curso de formación de la ONG World Vision, al que sin duda supo sacar provecho. Las casa no era gran cosa, dos pequeñas cabañas de barro y paja, de una sola habitación cada una, pero impecablemente limpia, el terreno barrido y los animales alejados.
Al entrar, nos recibió con las manos llenas de barro, nos dijo que le pillábamos en plena faena. Nos llevó al final de la finca donde había un amplio agujero en el suelo, de unos seis metros de profundidad. Nos asomamos y nos quedamos boquiabiertos sin poder decir nada. En el fondo un hombre sentado con un plato en la mano cavaba poco a poco lo que en varios meses sería un pozo. Un niño le lanzaba un cubo con una cuerda para subir la tierra que iba sacando. Habían comenzado hace muchas semanas, avanzando poco y les quedaba aun mucho trabajo. De verdad que fue impactante ver como se podía hacer un pozo con un plato, una demostración de adaptación a lo que hay, de ponerse a trabajar sin más, con los medios que tengan, una imagen de supervivencia.
Al día siguiente volvimos a Laï, con muy buen sabor de boca, contentos de haber conocido otra zona, otra gente. Teníamos por delante otra semana de trabajo. Esa misma noche comenzó a llover y lo hizo con fuerza, el señor de la tierra debe haber cambiado el tejado.
Hay quien dice con enfado que el jefe de tierra no está haciendo su trabajo, según algunos tiene capacidad de hacer llover. Es una de las figuras del poder tradicional y, entre otras cosas, es el encargado de repartir las tierras dentro de su cantón. El cantón podríamos decir que es como el municipio, que agrupa normalmente a personas de una misma etnia, con el jefe de cantón como máxima autoridad. Cuando quieres comprar un terreno tienes que llamar a los ancianos y el jefe de tierra comienza a andar, para, gira y sigue andando. El perímetro que delimita es la tierra que te han asignado. El caso es que él no ha cambiado aún el tejado de su casa, por eso, los más creyentes en estas cosas, dicen que no quiere hacer llover todavía. Otros muchos no creen demasiado en estos poderes y lo atribuyen a simples condiciones metereológicas. Es una sociedad en la que lo tradicional y lo moderno conviven a menudo, personas con mentalidad avanzada y otros agarrados a las creencias ancestrales.
Los colegios de la zona están en sus últimos días, muchos niños ya disfrutan de las vacaciones y los más mayores se preparan para los últimos exámenes del curso, incluida la prueba de acceso a la universidad. Como en los colegios de allí, los más pequeños del jardín de infancia habían preparado una actuación de fin de curso, que por supuesto no nos la podíamos perder. En el gran jardín de la escuela habían distribuido los asientos para los padres y algunos invitados. Los niños se vistieron con sus mejores galas para la ocasión, algunos nerviosos, otros asombrados y los más lanzados eran los que llevaban la iniciativa. Canciones diversas, en distintos idiomas, incluso en japonés, ya que la hermana que se encarga del colegio es japonesa, que cantaban como si entendieran perfectamente lo que decían, coreografías, demostraciones de todo lo que han aprendido este año, música con castañuelas y una obra de teatro con pelea entre niños incluida. La verdad es que nos reímos mucho y ellos demostraron, con su alegría, lo felices que son cuando van al colegio.
Muchos de los niños de Laï, y concretamente los de nuestro barrio, no van al colegio. Todos los días, a todas horas, están en la calle, sin hacer nada, tirados en el suelo, buscando algo que llevarse a la boca, trabajando o simplemente esperando a que les ocurra algo interesante. Cuando llegamos a casa del trabajo, empiezan a correr detrás de las motos siguiéndonos hasta la puerta, es el único momento en el que alguien les presta algo de atención, y aunque no nos entiendan, se ríen y juegan. Todas las mañanas, nos encontramos con niños que se quedan en la verja de la puerta del colegio mirando como los otros hacen sus actividades, algunos con sus hermanos pequeños cargados a las espaldas. Tienen sus propias responsabilidades, y son éstas las que les impiden tener una infancia, disfrutar de una educación.
Como la sesión de lluvias está al caer decidimos ir a Deressia el fin de semana, un pequeño pueblo a 40 km de Laï pero completamente aislado, con una carretera desastrosa que en época de lluvias está completamente inundada y que la única manera de moverse es en taxi rural, es decir, carro de bueyes. Esta vez fuimos en coche, ya que con los últimos incidentes con la moto de Alice no teníamos la suficiente confianza como para aventurarnos hasta allí, no hay cobertura de teléfono y muchas menos personas andando por el camino. Tuvimos que llevar a una mujer que recogimos en el centro de discapacitados Talita Kum (levántate y anda), que les acoge y gestiona los viajes de las operaciones. Llegó allí hacía unos meses, con un problema de movilidad en las piernas que le había hecho arrastrarse toda su vida por los suelos, “andando” con los brazos. Desde el centro la llevaron a Mondou para operarla y había vuelto andando, no sin dificultades propias del periodo de recuperación. La vida para los discapacitados es muy dura, muchos no tienen ni muletas para desplazarse, lo que terminan siendo marginados y desplazados de la sociedad e incluso rechazados por sus familias al no poder trabajar.
En el viaje vimos las dificultades a las que están acostumbrados los habitantes de Deressia, caminos llenos de baches, socavones, incluso había momentos en los que íbamos por el caudal seco de un río, que en unos días, estará lleno. Fueron dos horas de trayecto, las vistas eran increíbles, campos, árboles, pequeños asentamientos de bororós...un camino distinto, mucho más rural. Cuando llegamos ya era de noche, primero dejamos a la mujer en su casa, donde la esperaba la familia. Verla andar fue una sorpresa para todos y los vecinos miraban con cara de asombro.
Finalmente llegamos a la casa, y la bienvenida fue muy acogedora, nos habían preparado una cena estupenda y tras el largo camino no fue difícil dormir y descansar hasta la mañana siguiente que nos esperaba un tour turístico por la ciudad.
Por la mañana y a la luz del día pudimos ver como era el paisaje que rodeaba la casa. A pocos metros estaba el colegio de primaria, donde estaba Iris trabajando y dejando todo listo para los exámenes del Bac (la selectividad) que se iban a celebrar el lunes. Conocimos el colegio, las aulas, su funcionamiento, profesores... Después fuimos al centro del pueblo para conocer el mercado, aunque el sábado no hay muchos comerciantes ya que es el domingo el día de más afluencia, llenándose de gente por todas partes y de todo tipo. El mercado de Deressia es importante y vecinos de muchos pueblos andan kilómetros para vender allí sus productos. Aún así, nos pudimos hacer un idea de como estarían todos esos callejones vacíos, llenos de personas, animales, comida, olores, colores…Ya sabemos que os hablamos muy a menudo de los mercados pero es que es un aspecto muy importante en estas sociedades.
Iris nos quiso llevar a conocer las tierras de un viejo amigo agricultor que tenía la finca a las afueras de la ciudad. Era un hombre algo mayor, con las manos curtidas, que tenía un buen trozo de terreno donde había plantado todo tipo de cosas. Tenía semilleros por todos lados, donde esperaba que las semillas comenzasen a germinar mientras iba preparando la tierra. Lo que más nos sorprendió es que cultivaba diferentes cosas dependiendo de la estación, lo que le permitía tener cultivo todo lo año. Esto no suele ser frecuente, la gente suele plantar una o dos cosas, casi siempre arroz o mijo, y cuando se acaba la sesión esperan sin trabajo hasta la próxima temporada. Es una de las cosas que más te llaman la atención, la pasividad generalizada. Cuando hay trabajo, por ejemplo en el campo, trabajan hasta la saciedad pero luego pueden estar meses sin nada.
Este hombre sabía perfectamente lo que hacía, tenía todo planificado. Recibió hace unos años un curso de formación de la ONG World Vision, al que sin duda supo sacar provecho. Las casa no era gran cosa, dos pequeñas cabañas de barro y paja, de una sola habitación cada una, pero impecablemente limpia, el terreno barrido y los animales alejados.
Al entrar, nos recibió con las manos llenas de barro, nos dijo que le pillábamos en plena faena. Nos llevó al final de la finca donde había un amplio agujero en el suelo, de unos seis metros de profundidad. Nos asomamos y nos quedamos boquiabiertos sin poder decir nada. En el fondo un hombre sentado con un plato en la mano cavaba poco a poco lo que en varios meses sería un pozo. Un niño le lanzaba un cubo con una cuerda para subir la tierra que iba sacando. Habían comenzado hace muchas semanas, avanzando poco y les quedaba aun mucho trabajo. De verdad que fue impactante ver como se podía hacer un pozo con un plato, una demostración de adaptación a lo que hay, de ponerse a trabajar sin más, con los medios que tengan, una imagen de supervivencia.
Al día siguiente volvimos a Laï, con muy buen sabor de boca, contentos de haber conocido otra zona, otra gente. Teníamos por delante otra semana de trabajo. Esa misma noche comenzó a llover y lo hizo con fuerza, el señor de la tierra debe haber cambiado el tejado.
lunes, 1 de junio de 2009
Moundou, algo diferente
El pasado fin de semana decidimos coger las motos y, como en los viejos tiempos, hacernos un viajecito a una nueva ciudad, Moundou, la capital económica de Chad, a unos 150 kilómetros al sur. Salir de Laï es siempre una aventura y sobre todo cuando vamos en moto, pero ahora ya podemos empezar y terminar el viaje cruzando el nuevo puente, y ahorrando así más de 30 minutos que es lo que tardábamos con los métodos tradicionales como el bac o las inestables canoas.
Aunque el viaje lo empezamos por separado por motivos de trabajo, quedamos Kelo para hacer juntos el último tramo. La carretera entre Kelo y Mondou es de asfalto, por lo que el camino es mucho más cómodo y rápido. Alrededor de las 18:30 llegamos a Moundou, una gran carretera atravesaba toda la ciudad, y en ella miles de coches, motos y personas que iban de un lado a otro de la calle, un auténtico caos. Se notaba que entrábamos en una ciudad, puestos de comida, luces, música, comercios abiertos, fábricas, grandes edificios de bancos... para nosotros fue algo sorprendente, no estamos acostumbrados a tanta actividad y mucho menos cuando ya es de noche. Como ya sabeis Laï es una ciudad muy tranquila sin apenas movimiento, sin luz ni mucha actividad nocturna, por lo que la llegada a una ciudad como Moundou impresiona. De todos modos, cuando hablamos de ciudad, siempre hay que situarlo en un entorno africano. Edificios nuevos al lado de otros viejos y ruinosos, alguna calle asfaltada y otras muchas no, caos circulatorio, basura, gente que cruza por todos lados…
El centro de acogida se situaba al otro lado del muro de la fábrica de la Cotton Tchad, una de las principales industrias del país. Tras atravesar un pequeño y oscuro camino, llegamos al centro, un recinto con varios edificios destartalados situado a las orillas del río Longone Occidental que atraviesa la ciudad. En el lecho seco del río se asentaban los bororós, una etnia nómada que se dedica al ganado y al pequeño comercio, que te sueles encontrar habitualmente por caminos y carreteras. Son fácilmente identificables por los rasgos faciales y las vestimentas. Las mujeres son bastante guapas, vestidas con telas coloridas, peinados complejos, colgantes, aros y a menudo pintura en los labios o en alguna parte de la cara.
Después de instalarnos en las habitaciones decidimos ir a cenar a un restaurante que Alice y Jean Nicola ya conocián. La entrada no era muy distinta al resto de locales que habíamos visto, pero en el interior nos esperaba un gran jardín con palmeras, lucecitas, sombrillas, mesas con un ramillete de flores en el centro, incluso un camarero con corbata que nos acompañó hasta la mesa. Unos minutos más tarde nos trajo las cartas, que ya fue un acontecimiento. No sabíamos que pedir, había entrantes, pescados, carnes... incluso postres y vinos. ¡Olalá! Pedimos un buen solomillo de vaca y otro al roquefort, no nos lo podíamos creer. Hacía mucho tiempo que no comíamos carne de esa manera. Habitualmente en Laï no podemos acceder a la carne buena, una vez a la semana comemos algo de carne estofada, pero nada de filetes. La espera se hizo eterna, pero sabíamos que iba a merecer la pena. Pasados unos minutos vino una guapísima camarera con una sonrisa de oreja a oreja y con unos enormes platos, que momentazo, nunca lo olvidaremos. Comimos saboreando trozo a trozo, sin apenas mediar palabra. No quedó en el plato ni una pequeña gota de salsa. Aunque estábamos un poco llenos no pudimos resistirnos al postre, un mousse de chocolate y un estupendo helado de fresa y chocolate. Fue una noche muy especial en la que disfrutamos hasta el último momento.
El fin de semana comenzaba superando las expectativas y aun nos quedarían más momentos inolvidables. A la mañana siguiente fuimos al mercado. El tamaño de los mercados suele ser proporcional al tamaño de la ciudad, si Mondou es la capital económica, imaginaos como es su mercado. Un increíble laberinto de apretados callejones lleno de pequeños locales repletos de cosas. El tránsito de personas era considerable, clientes, porteadores, vendedores de té, grupos de niños con el típico platito plateado para pedir limosna…Olores de todo tipo se confundían entre la muchedumbre, especias, perfumes, aceite quemado, cuero, carne… Los vendedores se lanzaban a nuestro paso, te cogían la mano y no te soltaban pasado un rato de conversación. Hicimos algunas compras, especialmente en una tienda de alimentación y así pudimos suministrarnos de todo aquello que no encontramos habitualmente en Laï.
Tras las compras, con el calor acumulado en el cuerpo, fuimos a cumplir otro objetivo que nos habíamos propuesto, bañarnos en una piscina. Entramos en un hotel, cercano al río, que tiene una piscina algo verdosa pero verdaderamente refrescante. Después de nuestra experiencia en río, no habíamos tenido otra oportunidad de sumergirnos plenamente en agua. La estación de lluvias está tardando más de lo habitual y el calor se acumula día a día. Pasamos buena parte de la mañana metidos en el agua, nadando, tumbados en hamacas. Sinceramente lo necesitábamos. Llegaba la hora de comer y volvimos al restaurante del día anterior, había que aprovechar la oportunidad de poder comer buena carne.
Con los estómagos llenos y los cuerpos relajados tomamos de nuevo el camino de regreso, con las habituales estampas de las carreteras africanas. Atrás quedaba un fin de semana de recuperación mental y física. Caía la noche pero no nos preocupaba demasiado porque el nuevo puente nos permite alargar el regreso, sin depender de los horarios del bac. Unos kilómetros después de Kelo sentimos un ruido extraño en la moto, habíamos pinchado. A los pocos minutos se acercó un hombre dispuesto a arreglarnos el pinchazo. La muchedumbre comenzó a agolparse alrededor de los cuatro nassaras sentados en medio del camino. Si duda era un final que nos dejaba un sabor agridulce después del buen fin de semana que habíamos pasado. La reparación se alargaba. Por la tarde las facultades de la gente suelen estar bastante mermadas, consecuencia de la gran cantidad de bili-bili (cerveza artesanal) ingerida. Tuvieron que reparar unas cuatro veces el viejo hinchador y las horas pasaban. Al terminar era ya tarde para seguir el camino, no es bueno viajar demasiado por la noche, especialmente por la poca visibilidad y la de sorpresas que uno se encuentra.
Volvimos a Kelo y pasamos la noche en el centro de acogida. A la mañana siguiente, temprano, retomamos la ruta y volvimos a casa, recordando constamente los baños en la piscina y el sabor de la carne asada.
Aunque el viaje lo empezamos por separado por motivos de trabajo, quedamos Kelo para hacer juntos el último tramo. La carretera entre Kelo y Mondou es de asfalto, por lo que el camino es mucho más cómodo y rápido. Alrededor de las 18:30 llegamos a Moundou, una gran carretera atravesaba toda la ciudad, y en ella miles de coches, motos y personas que iban de un lado a otro de la calle, un auténtico caos. Se notaba que entrábamos en una ciudad, puestos de comida, luces, música, comercios abiertos, fábricas, grandes edificios de bancos... para nosotros fue algo sorprendente, no estamos acostumbrados a tanta actividad y mucho menos cuando ya es de noche. Como ya sabeis Laï es una ciudad muy tranquila sin apenas movimiento, sin luz ni mucha actividad nocturna, por lo que la llegada a una ciudad como Moundou impresiona. De todos modos, cuando hablamos de ciudad, siempre hay que situarlo en un entorno africano. Edificios nuevos al lado de otros viejos y ruinosos, alguna calle asfaltada y otras muchas no, caos circulatorio, basura, gente que cruza por todos lados…
El centro de acogida se situaba al otro lado del muro de la fábrica de la Cotton Tchad, una de las principales industrias del país. Tras atravesar un pequeño y oscuro camino, llegamos al centro, un recinto con varios edificios destartalados situado a las orillas del río Longone Occidental que atraviesa la ciudad. En el lecho seco del río se asentaban los bororós, una etnia nómada que se dedica al ganado y al pequeño comercio, que te sueles encontrar habitualmente por caminos y carreteras. Son fácilmente identificables por los rasgos faciales y las vestimentas. Las mujeres son bastante guapas, vestidas con telas coloridas, peinados complejos, colgantes, aros y a menudo pintura en los labios o en alguna parte de la cara.
Después de instalarnos en las habitaciones decidimos ir a cenar a un restaurante que Alice y Jean Nicola ya conocián. La entrada no era muy distinta al resto de locales que habíamos visto, pero en el interior nos esperaba un gran jardín con palmeras, lucecitas, sombrillas, mesas con un ramillete de flores en el centro, incluso un camarero con corbata que nos acompañó hasta la mesa. Unos minutos más tarde nos trajo las cartas, que ya fue un acontecimiento. No sabíamos que pedir, había entrantes, pescados, carnes... incluso postres y vinos. ¡Olalá! Pedimos un buen solomillo de vaca y otro al roquefort, no nos lo podíamos creer. Hacía mucho tiempo que no comíamos carne de esa manera. Habitualmente en Laï no podemos acceder a la carne buena, una vez a la semana comemos algo de carne estofada, pero nada de filetes. La espera se hizo eterna, pero sabíamos que iba a merecer la pena. Pasados unos minutos vino una guapísima camarera con una sonrisa de oreja a oreja y con unos enormes platos, que momentazo, nunca lo olvidaremos. Comimos saboreando trozo a trozo, sin apenas mediar palabra. No quedó en el plato ni una pequeña gota de salsa. Aunque estábamos un poco llenos no pudimos resistirnos al postre, un mousse de chocolate y un estupendo helado de fresa y chocolate. Fue una noche muy especial en la que disfrutamos hasta el último momento.
El fin de semana comenzaba superando las expectativas y aun nos quedarían más momentos inolvidables. A la mañana siguiente fuimos al mercado. El tamaño de los mercados suele ser proporcional al tamaño de la ciudad, si Mondou es la capital económica, imaginaos como es su mercado. Un increíble laberinto de apretados callejones lleno de pequeños locales repletos de cosas. El tránsito de personas era considerable, clientes, porteadores, vendedores de té, grupos de niños con el típico platito plateado para pedir limosna…Olores de todo tipo se confundían entre la muchedumbre, especias, perfumes, aceite quemado, cuero, carne… Los vendedores se lanzaban a nuestro paso, te cogían la mano y no te soltaban pasado un rato de conversación. Hicimos algunas compras, especialmente en una tienda de alimentación y así pudimos suministrarnos de todo aquello que no encontramos habitualmente en Laï.
Tras las compras, con el calor acumulado en el cuerpo, fuimos a cumplir otro objetivo que nos habíamos propuesto, bañarnos en una piscina. Entramos en un hotel, cercano al río, que tiene una piscina algo verdosa pero verdaderamente refrescante. Después de nuestra experiencia en río, no habíamos tenido otra oportunidad de sumergirnos plenamente en agua. La estación de lluvias está tardando más de lo habitual y el calor se acumula día a día. Pasamos buena parte de la mañana metidos en el agua, nadando, tumbados en hamacas. Sinceramente lo necesitábamos. Llegaba la hora de comer y volvimos al restaurante del día anterior, había que aprovechar la oportunidad de poder comer buena carne.
Con los estómagos llenos y los cuerpos relajados tomamos de nuevo el camino de regreso, con las habituales estampas de las carreteras africanas. Atrás quedaba un fin de semana de recuperación mental y física. Caía la noche pero no nos preocupaba demasiado porque el nuevo puente nos permite alargar el regreso, sin depender de los horarios del bac. Unos kilómetros después de Kelo sentimos un ruido extraño en la moto, habíamos pinchado. A los pocos minutos se acercó un hombre dispuesto a arreglarnos el pinchazo. La muchedumbre comenzó a agolparse alrededor de los cuatro nassaras sentados en medio del camino. Si duda era un final que nos dejaba un sabor agridulce después del buen fin de semana que habíamos pasado. La reparación se alargaba. Por la tarde las facultades de la gente suelen estar bastante mermadas, consecuencia de la gran cantidad de bili-bili (cerveza artesanal) ingerida. Tuvieron que reparar unas cuatro veces el viejo hinchador y las horas pasaban. Al terminar era ya tarde para seguir el camino, no es bueno viajar demasiado por la noche, especialmente por la poca visibilidad y la de sorpresas que uno se encuentra.
Volvimos a Kelo y pasamos la noche en el centro de acogida. A la mañana siguiente, temprano, retomamos la ruta y volvimos a casa, recordando constamente los baños en la piscina y el sabor de la carne asada.
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