Parece que lo del jefe de tierra está confirmado, las lluvias son cada vez más habituales. Los campos comienzan a estar más verdes y son trabajados con esfuerzo por la gente. Aquí prácticamente todo el mundo cultiva, aunque luego trabaje en otra cosa, para poder garantizarse al menos unos sacos de grano. Cualquier sitio vale, los bordes de las calles son labrados, cualquier trozo de tierra es bueno para plantar. Los animales que antes corrían sueltos de un lado a otro son atados a los árboles para evitar que se coman los brotes verdes.
Sin embargo la lluvia no llega a ser del todo constante, muchos cultivos se estropean. Mientras tanto el hambre sigue apretando, las reservas del año anterior se van acabando y los precios en el mercado se han disparado. Un “coro” (sistema de medida, que es como un cuenco) de arroz vale hoy el doble que hace unos meses. Se espera con ansias la próxima recolecta.
Hace unos días volvimos, por última vez, a Kelo para visitar una agrupación agrícola que pertenece a la cooperativa de St. Cyrile, la cooperativa de Carlos de la que ya hemos hablado.

El grupo se llama “Kirbe go kura”, que en lelé (una de las etnias de Kelo)significa "una buena idea", y desde la Escola Guinardó SCCL de Barcelona se han realizado diversas campañas de recogidas de fondos, promovidas por nuestra amiga Mireia (ADANE). Durante el primer trimestre del curso, hicieron una campaña de conocimiento del Chad y de concienciación para conseguir que los niños, niñas, chicos y chicas renunciaran a algún regalo navideño o a algún capricho y aportaran el equivalente en dinero al proyecto. Durante el segundo trimestre confeccionaron unos pequeños sacos para perfumar cajones y armarios. Los alumnos de Ciclo Superior y ESO estuvieron cortando la tela y cosiendo; los de Ciclo Inicial y Ciclo Medio estamparon el nombre del proyecto y poniendo una etiqueta que decía (Un sac de mill per al Txad/ Un saco de mijo para Chad); los de Parvulario los rellenaron de lavanda. Los saquitos se empezaron a vender el 23 de abril, en la fiesta de Sant Jordi del colegio. La Asociación de padres y madres del colegio organizó un sorteo de diferentes productos de Unicef comprados por la Asociación y por una tienda del barrio. Durante el 3er trimestre se continuaron cosiendo y vendiendo. Han cosido los alumnos de Ciclo Superior, (en ratos de recreo o al mediodía), padres y madres, abuelas...En definitiva, todo un trabajo común que ha conseguido recaudar más de 4.000 €, vincularlos a un grupo de personas concreto y concienciar a toda la comunidad escolar de la realidad del Chad.

La respuesta de los chavales y sus familias ha sido increíble y, que menos, que grabar un video a quienes han ayudado y de lo que han podido comprar con sus aportaciones. En la entrada del local común de la agrupación se extendía un alfombra de mimbre, muy utilizada para hacer sobre ella la vida cotidiana, donde un grupo de mujeres descacarillaba con destreza los cacahuetes que luego plantarán. Es una variedad de cacahuete precoz, que da fruto a los dos meses, lo que permite realizar dos cultivos durante los cuatro

meses de sesión de lluvias. Nos enseñaron el mijo, el arado, la carreta y los bueyes que han podido comprar gracias a las ayudas. Estaba el grupo al completo que había aceptado con placer nuestra propuesta, nos saludaban efusivamente dándonos constantemente las gracias, que recibimos en nombre de la Escola Guinardó , y posaban nerviosos delante de la cámara. Explicaban todo con emoción, haciéndonos ver la importancia de la oportunidad que se les había dado. En un rincón unas mujeres golpeaban con una fuerza increíble los granos de arroz dentro de esa especie de morteros gigantes, donde se hace la harina para luego hacer la famosa “bul”.
Nos llevaron a los terrenos donde habían comenzado a plantar mijo hace unas semanas. Fueron de los que se aventuraron a plantar en las primeras lluvias, esperando que fuese el comienzo definitivo de la sesión, pero como no lo fue habían perdido parte de la plantación. El primer intento no salió, pero las reservas de grano que han podido ir almacenando con las ayudas les permite intentarlo más veces y seguir retando a la naturaleza, que suele ser aún más crueles con los que menos tienen.
A la vuelta insistieron en que nos quedásemos a comer y, por cortesía, no lo pudimos rechazar. Nos prepararon una pequeña mesa dentro del local en el que guardan los sacos, el suelo repleto de cáscaras de cacahuete, y sacaron la “bul”, que antes habíamos visto preparar, con pollo y una salsa deliciosa. No sabemos si ya explicamos el procedimiento de las comidas. Lo habitual es que, como muestra de respeto, los extranjeros coman separados con algún anfitrión masculino. No sueles compartir mesa con el resto y ese día había mucha gente que no sabemos si llegaron a comer. Nos han invitado muchas veces en distintos sitios pero no deja de impresionarte como, aunque no haya nada, siempre se las arreglan para ofrecer algo al visitante.

El cielo ennegreció en cuestión de segundos y la lluvia comenzó a caer con fuerza. Creíamos que no podríamos volver ese mismo día a Laï debido a las barreras. Durante la sesión de lluvias se colocan, en la entrada y salida de cada pueblo, unas barreras vigiladas que te impiden el paso mientras llueva y hasta seis horas después. El motivo principal es evitar el deterioro de las carreteras que se convierten en verdaderos mares enfangados. El segundo motivo es hacerte pagar una pequeña “propina” para poder pasar, en caso de que te dejen. Volvimos, por última vez, a casa de Carlos y esperamos a Theophile, que conduce con una destreza increíble. Los viajes en está época son siempre una aventura, peor aún dentro de unos meses cuando esté todo inundado, a menudo finalizada en carro de bueyes o piragua. Nos habían dicho que las barreras impedían ya la salida de Kelo, por lo que tuvimos que tomar una ruta alternativa. Nos dirigimos de nuevo hacia los campos que antes habíamos visitado. El objetivo era esquivar la barrera y hacer unos pocos kilómetros en paralelo a la carretera oficial, para luego reincorporarnos a ella. Los inconvenientes fueron varios. El primero era el estado de los estrechos caminos, nos sumergíamos en el agua y barro salpicaba por completo al coche. El segundo que, a pesar de la experiencia y conocimiento de Theo, nos perdimos.
Preguntamos a unos pastores nómadas que nos cruzamos y, confiando en su buena orientación, les hicimos caso, pero nos indicaron una ruta equivocada. Seguimos durante más de una hora, atravesando aldeas remotas donde parábamos a preguntar si íbamos bien ante la mirada de sorpresa de la gente, quizá hacía mucho tiempo que no pasaba por allí un coche, menos aún con nassaras, si es que alguna vez ha pasado. Al cabo de un buen rato aparecimos en la carretera principal, el suspiro fue unánime, más de uno estaba ya pensando donde íbamos a dormir. Paramos el coche y lo limpiamos de barro para evitar levantar sospechas a nuestro paso por las próximas barreras. Al llegar a Bere estaban también cerradas, por lo que tuvimos que repetir la jugada, esta vez más simple y sin complicaciones. Finalmente llegamos sanos y salvos a casa.
Al cabo de unos días recibimos otra invitación. Dominique, el guardián que nos abre amablemente la puerta para entrar con la moto cuando llegamos al trabajo, llevaba semanas insistiendo en que fuésemos a comer a su casa. Compramos dos pollos, vivos, dos coros de arroz y le dijimos que el próximo domingo iríamos. El problema es que surgió un imprevisto, su mujer se había tenido que ir a un funeral a un pueblo bastante lejano y estaría unas semanas fuera. Si no había mujer no había invitación, más que nada porque nadie podía preparar la comida. Así que ahí nos vimos con el arroz y los dos pollos vivos sin saber muy bien qué hacer. Por suerte teníamos otra invitación pendiente, Clementine, nuestra cocinera. Ella, encantada, se llevó los pollos y nos citó al día siguiente.

Llegamos, a eso del mediodía, a una humilde parcela a varios kilómetros de nuestra casa. En el interior, una pequeña cabaña circular de barro, el suelo bien barrido y un cobertizo de paja. Allí vivía ella, viuda, con sus dos hijos y su nieta. En la casa, de unos tres metros de diámetro y una sola habitación, había una cama, un poco de ropa, un hornillo de carbón y la bicicleta con la que viene a trabajar todos los días. Bajo el cobertizo exterior se extendían unas alfombras donde suelen hacer la vida diaria, incluso dormir cuando no llueve. Nos acomodamos mientras terminaban de preparar la comida. Cuando salió vimos que solo Clementine se sentaba con nosotros, era de nuevo la táctica del extranjero. Insistimos en que queríamos comer con la familia, como si fuésemos uno más y llamó a su hija y a su nieta para compartir mesa. La chica trajo la habitual palangana con una tetera con agua para lavar las manos a los invitados en orden de preferencia, que suele ser primero a los hombres, después a las mujeres y luego los anfitriones. La cogimos e insistimos en que ellos fuesen primero, cogiendo nosotros la tetara y recibiendo una sonrisa de agradecimiento. Con el arroz hicieron, como no, una “bul” dentro de la típica calabaza acompañada de un cuenco con pollo con salsa de tomate. Arrancábamos con la mano un trozo de bul y lo sumergíamos en la salsa que al rato nos impregnaba casi todo el brazo. En un acto reflejo cometimos dos “faltas de educación”: coger también con la mano izquierda, reservada para otros menesteres posteriores a la digestión; y, ante la falta de algo con lo que limpiarse, lamer levente los dedos saboreando la deliciosa salsa. Menos mal que estábamos en familia. La comida se hizo muy amena y luego compartimos el té con unas vecinas que se acercaron con saco de cacahuetes. Siempre es una experiencia bonita comer en una casa chadiana.
A parte de aventuras, nuestro trabajo aquí está llegando a su recta final. Estamos terminando de perfilar el proyecto de microcréditos, estableciendo plazos, seleccionando a los agentes de crédito… Finalmente se ofrecerán tres distintos: uno destinado al pequeño comercio, del que se beneficiarán especialmente las mujeres; otro para agrupaciones agrícolas, con el que poder comprar material, grano para almacenar y vender en meses de escasez…; y el crédito escolar, para hacer incidencia en la población infantil e intentar aumentar al máximo los niveles de escolarización. Comenzarán en Octubre, por lo que no podremos ver los frutos de nuestro trabajo. Quizá en otra ocasión, en una remota vuelta por aquí, podamos hacerlo.
Es tiempo de despedidas, los desplazamientos, como habéis visto, son cada vez más difíciles y hay personas que sabemos que no volveremos a ver. Nuestro compañero Jean Nicolás también ha vuelto a Francia después de casi tres años aquí. Las últimas conversaciones estaban envueltas de sensaciones extrañas, la alegría de volver y la tristeza de que esto se termine. También costó la despedida de Carlos, que por fin va a dejar un comentario en el blog, Cristian y los amigos de Kelo. En fin, así es la vida, todo tiene un principio y un final.